jueves, 13 de mayo de 2010

Dracula "Una eterna sed de sangre"

Fui uno de los tres hijos de Vlad Dracul. Mi padre formaba parte de “La Orden del Dragón”, de ahí venia su nombre “Dracul”. Las tierras que tuvimos los valacos en Transilvania fueron cedidas por el Rey de Hungría gracias a la habilidad de mi padre como guerrero para tratar con el enemigo: turcos otomanos. En 1444 caí en manos turcas como rehén. No supe nada más de mi padre, quien murió en 1447 junto a mi hermano, a quien le quemaron los ojos y murió del dolor. Todo esto con el consentimiento de la maldita aristocracia que rodeaba a las nobles familias. Jure venganza. Hice fiestas y festines, donde los gritos de los empalados eran la música de fondo. Decapite a los que se me oponían, y me bañe en la sangre de todos mis enemigos. Todas las almas torturadas gracias a mi venganza me dieron una reputación que fue mas allá de los limites Hungría. Y me bautizaron como Dracula. Pero más tarde, todo aquello por lo que yo había luchado, se puso en mi contra. Luego de la última batalla contra los turcos para defender Valaquia, al volver a mis aposentos me entero de la noticia más terrorífica: mi amada Erzsébet Báthory se había suicidado. Los aliados de la inquisición le mintieron diciéndole que yo había muerto en la guerra. Ella no pudo superar el dolor, y murió desangrada en su propia cama, luego de cortarse las muñecas y su cuello. Mi furia y mi enojo fueron eternos contra la religión para la cual luchaba. Maldije al mismísimo Dios dentro de su casa y aposte mi sangre en contra de la suya. Me convertí en el demonio que mi título profesaba. Dios me condeno a ser inmortal: quiso que viva para siempre para así poder recordar el resto de mi vida el dolor que me causaba la pérdida de mi amada. Desde ese entonces vivo como lo que soy: una criatura de la noche. El sol, representando a la Luz de Cristo, es mi principal enemigo. Por eso me escondo y duermo de día, y salgo a cazar por las noches. La comida que antes me llenaba con gula ya no hacia efecto, y lo único que me saciaba el hambre y la sed era la sangre humana, como una maliciosa metáfora de todo aquella que yo derrame y que disfrute viendo brotar desde el cuerpo de mis enemigos.

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