Amanda Krueger... esta monja que prestaba ayuda en el hospital psiquiátrico Westin Hills, queda encerrada en un pabellón de máxima seguridad.
Durante varios días, la centena de asesinos que la rodearon, la violaron constantemente, así como también la torturaron a modo de diversión: hacía años que no veían a una mujer, y ella había sido su primer “juguete” después de mucho tiempo sin ver la luz del día.
Encontraron a Amanda casi sin vida y embarazada. La leyenda, el hijo de cien maniacos, el inquisidor de los sueños comenzaba a tomar forma.
Frederick Charles Krueger nació y al poco tiempo fue dado en adopción. Su padre adoptivo descargaba todas sus frustraciones sobre el cuerpo del pequeño Freddy, a quien golpeaba sin miramiento alguno. Freddy comenzó a formar su carácter… la sangre que corría por sus venas estaba corrompida. Freddy nació siendo un asesino. El tiempo solo desarrolló su vocación.
Ya de grande, Fred fue acusado de abuso de menores. Frente a la falta de pruebas y a la “vista gorda” que hicieron las autoridades, los vecinos de Springwood hicieron justicia por mano propia. Salieron todos juntos de sus casas en Elm Street.
Buscaron a Freddy hasta acorralarlo. En pocos minutos, su cuerpo estaba siendo devorado por las llamas de un fuego demencial. Su alma había abierto los cimientos del infierno y el propio Lucifer lo había invitado a entrar.
Freddy ya no era de este mundo. Su sed de revancha fue para el mismísimo Satán como un suave caramelo para un niño. Llegaron a un acuerdo, y la Bestia le concedió un poder único: mientras su leyenda viva, el miedo de la gente de Springwood le daría fuerzas para surcar los sueños ajenos. Una vida onírica para vengarse de quienes lo mataron.
Decidió ir más allá, y atacó a sus hijos en sueños, uno por uno.
Si uno se atreve a preguntar, nadie conoce a un tal Freddy, la leyenda no existe. La figura con garras de metal que se mete en tus sueños como la parca irrumpe tu alma, es solo un juego de niños:
Uno, dos, Freddy viene por ti… Tres, cuatro, cierra la puerta… Cinco, seis, coge un crucifijo… Siete, ocho, mantente despierta… Nueve, diez, nunca más dormirás.
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